sábado, 29 de agosto de 2009

¡Mentira!...mentira...

Abrir la mente desde el final
cuando duele, aun sabiendo que llegaría, tal lo previsto,
es entonces que las palabras dichas
pierden sus fuerzas naturales y se vuelven estériles
que la realidad de los insomnios cae sobre la cabeza
y el llanto de lo que llamamos alma
es irremediablemente incontrolable,
como un maremoto desbocado
la explosión de un geiser,
espontánea, que quema sin control
y se sigue sentado a pesar de todo sobre él
hasta que el cuerpo es una llaga.

Abrir la mente desde un final
para aceptar resignado que se está muriendo,
cuando los consejos suenan tan vacíos como ese vacío que queda
y se dirá, que el tiempo todo lo cura ¡Mentira!...mentira...
el tiempo es el cuchillo que rasga la carne, despacito, desde adentro
aunque pretendamos sonreirle a la vida que se nos canta de risa
por nuestra ingenuidad humana
de creer que el amor tiene plazos definidos de vencimiento;

- Se terminó, dar vuelta la hoja y a otra cosa ¡ja! ¡qué va!

Si fuese tan fácil abrir la mente para cerrar al corazón
sería tan fútil haber amado.

domingo, 16 de agosto de 2009

Más de siete vidas para morir

Envidio a mi gato colgado en el perchero; ayer le conté de mi último fracasado amor y me miró con sus fríos y transparentes ojos vidriados que me decían:

- Imbécil, te advertí que no te enamores de sueños y nunca me haces caso, embrómate ahora, carga con tu imbecilidad ya no voy a decir más nada.

Y tiene razón, pero el amor no se programa como un reloj despertador para que suene a determinada hora, él marca los tiempos y estos fueron en el preciso momento que debieron ser y terminaron de igual manera, pero no es la cuestión que quiero resaltar.
Regresando a mi gato, él, de alguna manera al acabarse su séptima vida cuando quedó colgado en el perchero hace un par de años, terminó con las posibilidades de enamorarse como muchas veces lo he visto y para peor volver a casa luego de días de pasión libre en los techos de las casas del barrio o de qué lugar quizás, al menos eso me contaba cuando se recuperaba de su desgaste de galán servidor de féminas gatunas. También me solía contar en nuestras largas charlas de sobremesa las veces que se había enamorado de verdad y lo mucho que le costó recuperarse, para eso debió perder varias vidas que más adelante les contaré como fue cada una de ellas.

Ahora que lo veo desde mi sillón confesor de tantas penas, noto otra vez su sonrisa inexpresiva y algo torcida con algo de lástima quizás y supongo que piensa que él al menos no volverá a pasar por esto jamás; en cambio yo, con mis años a cuestas seguramente deberé cerrar más heridas futuras y no sé ahora si es mejor eso o morir con un corazón sano que nunca haya vivido la aventura de enamorarse y yo me enamoré bien, no estoy arrepentido porque viví otro cacho de vida como se debe vivir.

Miré a mi gato, le guiñé un ojo - hasta casi sentí pena por su soledad- sacudí las pelusas de mi
tristeza y salí por más cerveza fría, la otra se mezcló con lágrimas de lluvias que caían de mis ojos y terminó sabiendo a sal.

/Serie El gato en el perchero/

miércoles, 5 de agosto de 2009

La mancha tamaño mosca

Susto mayor me llevé esta mañana al levantarme de una larga noche de pesadillas. Al mirarme al espejo, una mancha negra tamaño mosca embarazada estaba posada en mi mejilla izquierda. Paso mi mano suavemente para palpar el bulto pero para sorpresa en mi mejilla izquierda no sentía el promontorio que denote la presencia de esa rareza (la manchita tamaño mosca) pero lo curioso es que en el rostro del espejo continuaba y de vez en cuando se movía como acomodándose quien sabe porqué razón.

Largo tiempo estuve observando la situación tratando de resolver el misterio pero lamentablemente fui interrumpido por la enfermera que venía con la rara pastillita verde. Luego me olvidé de la manchita tamaño mosca en mi mejilla derecha.

martes, 4 de agosto de 2009

Bella imaginación

El niño introducía su dedo en su nariz cada vez más profundo; escarbaba tratando de encontrar algo. Cuando parecía que lo lograba se le escapaba, entonces regresaba por más y así durante mucho tiempo.

La maestra lo observaba incrédula y ansiosa a la vez por saber en qué terminaría todo ese acto de mal gusto, cuando una sonrisa casi imperceptible en el niño indicó que algo había encontrado, la maestra sostuvo la respiración y no pudo creer lo que veía.
En el extremo de la uña larga y sucia del niño, venía adherido un moco de gran tamaño, que al parecer llevaba tiempo asentado en el refugio natural.

El niño tomó el moco entre los dedos índice y pulgar, lo miró detenidamente y comenzó a darle forma de bolita luego de lo cual lo dejó en el pupitre.
Intentaba regresar por más materia prima, pero la señorita maestra le sostuvo la mano en el preciso instante que comenzaba su tarea. El niño asustado agachó la cabeza, se limpió el dedo debajo del asiento y se quedó quieto con ambas manos entres sus piernas.

La maestra miró al niño, luego a la bolita de moco, de nuevo al niño y preguntó;

- ¿Qué significa esto Ramón? ¿No te enseñamos que esas cosas no se hacen? Para eso son los pañuelos.

El niño levantó la cabeza y con suave voz dijo:

- Sí señorita, pero para mí no es una cochinada, es mi manera de volar a otros mundos y esa bolita que ve en el pupitre es el planeta Marte.

- Al menos en el aula no vuelvas a hacerlo ¿entendido? –replicó la maestra-

Luego regresó a su escritorio pensando sobre la maravillosa imaginación que tienen los niños y hasta se le escapó una sonrisa traviesa.

Pasado un tiempo observó a Daniel que se sentaba en uno de los últimos pupitres del salón, con sus manos metidas debajo de su delantal y con miradas huidizas y extraviadas; pero esta vez no se movió de su silla, no se animó a preguntar nada.

sábado, 1 de agosto de 2009

Amor acabado

Ya no te recuerdo sabes, me refiero como antes, cuando dolías como espina debajo de la uña; hoy vuelves cada vez que vacío mi billetera y te apareces en esa pequeña fotografía de carné que te tomaste, en el fotoshop del hipermercado camino a casa. Decía que te apareces y justamente detrás de un preservativo que de tanto esperar por una oportunidad se venció y quedó guardado quizás por pereza de tirarlo o como señal de la última vez que estuvimos juntos y que no pude usarlo.

Y no pude usarlo,no porque no hayamos tenido deseos aquella siesta de verano, sino porque en ese preciso instante se te ocurrió decirme que no me amabas, que estabas solamente por costumbre, que hasta te daba pena decírmelo total para vos era lo mismo quererme o no, de igual manera sólo querías estar conmigo, no tenías a donde ir.

Tuvo que ser precisamente en ese momento cuando mis deseos estaban más ardientes que la siesta, y sabiendo como era yo, seguramente no podrías quedarte más. Y así fue, te pedí que te fueras, sin importar si el asfalto estaba quemando lagartijas, adentro el frío congelaba las paredes y las cervezas sobre la mesa de luz transpiraban vidrios.

Hoy regresando a casa divagando sobre tu paso por mi vida, sentí el peso de mi billetera en el bolsillo trasero de mi pantalón, la tomé y la abrí buscando tu fotografía y vi al condón que de tanto pasearlo se asomaba por una esquina del ajado sobre; miré tu foto y mi cabeza explotó de recuerdos cuando hicimos el amor sobre el asiento trasero del automovil. La billetera regresó al bolsillo de mi pantalón y seguí caminando, era otra siesta calurosa como aquella.

Una suave brisa arrastraba por el asfalto caliente un preservativo anudado y una foto adentro, quizás resultado de un amor que acabó muriendo.