jueves, 26 de mayo de 2011

Arrojando piedras al estanque...
una...
dos...
tres.

Arrojándome al estanque por las piedras que arrojé...
cuatro.

No pude rescatar la que colgaba de mi cuello.
A veces me asombro de haber llegado tan lejos sin caminar demasiado,
debe ser que alguien dejó encendido, sin querer, el mundo debajo de mis pies.
A veces presiento que el hilo es demasiado duro para que se corte por sí solo y que deberé proveerme de una navaja filosa que apure la caída de la tierra sobre mi cuerpo.
A veces, no sé; la rueca de la vida se empeña en seguir hilando lo que en mi transcurrir
voy deshilando.
¿Será su tozudez o la mía la que defina el pleito?