miércoles, 23 de marzo de 2011

Desde mi loca cordura; llamo a los duendes azules que transitan mis sueños, ateridos por una absurda ignorancia, una prepotente desidia de corrupta letanía.
No sé quién soy desde que soy, desde el ombligo seco de nonato que vio la luz por otros ojos, por otras voces; y hoy mitigo este temblor de hastío apretando los dientes para no sangrar los ojos ni partir los nudillos contra la dura pared de este mundo, al que no pertenezco ni reconozco como morada de este habitante mutante, de una raza en extinción, mala, sanguinaria, retrógrada, cavernícola…

19:30…en otra noche de suicidios colectivos...

miércoles, 9 de marzo de 2011

Creo que deberías salir a buscar nuevos aires; caminar bajo el agua, fumarte un cigarrillo de chocolate, tejer medias para ciempiés, lavar las nubes sucias, y olvidarte que hay vida debajo de una piel abandonada.

martes, 8 de marzo de 2011

Se han caído mis ojos; ellos sostenían la mirada sobre el tenso horizonte; no hay palabras contra ello ni cuerda que sostenga mi mano en la falda de la vida, y caigo mientras destejo el hilo que tantos años me llevó ordenar punto por punto, inexorablemente en filas de a dos, como si el par exacto fuese dos, cuando todos sabemos que siempre es uno más un poquito de alguien que generalmente está ausente.

sábado, 5 de marzo de 2011

No se puede alejar de una huella circular, ni desviar los pasos fuera de un eje que rota en el centro de los ojos; y no hay dolor en la herida ni en la cicatriz de la ausencia; no hay vector preciso de este vacío. Quizás la sangre contaminada de recuerdos sea la culpable y se empeñe en circular como un reloj de péndulo, dando campanadas cada golpe de lluvia.

martes, 1 de marzo de 2011

Y pensar que cuando extendí el pulgar para apagar al sol, apareciste detrás de una nube, vestida de durazno ambarino, con trencitas pendiendo de uno de tus lados; el del caroso con forma de corazón.
Cerca de la última fila de abedules te partí en dos.
Apenas el sol había transcurrido dos giros de su vida, lejos de mi pulgar asesino.
Al igual que ayer, cuando la tarde cerró su sombrilla de estío sobre la cabellera de un sauce; al igual que ayer, abrí los relámpagos que escondía mi garganta y sollocé granos de sal en los cráteres de la ausencia. Entonces se desgarró la piel del viento que cayó sobre la recostada mugre del amor muerto, el de las cien vidas y sus tantos poemas desilusionados.
Cuánta melancolía me sacude; cuántas edades me diferencian de su recuerdo, de su distancia, y estando tan cerca, ni siquiera toca mis ramas.