sábado, 26 de diciembre de 2009

Mercantilandia

He contado cien carritos de supermercado
en loca carrera entre góndolas;
parecían hormigas tras la última hoja de primavera.

La oferta decía:

Tres revistas porno y una docena de filtros para cigarrillos.

Mientras fumaba un puro en la góndola de los lácteos, vi a niños llorando abandonados en los pasillos junto a bolsas rotas de pañales descartables y botellitas abiertas de aceite de aloe.

Esto es una cagada dije; y de pronto los niños se rieron al unísono.

Entonces comprendí la ausencia de cariño con que fueron criados sus padres.

domingo, 1 de noviembre de 2009

En la simplicidad que los cobijaba

Volveremos dijeron las manos al viento.

El piano sonrió con dientes de marfil, relamió sus más intimas cuerdas, pulió los pedales añejados de óxido verde.

/ Hace tanto que se acabaron las melodías /

Improvisó en su memoria los últimos sones que se grabaron en la madera, volvió a sonreír no había perdido sus tonos ni su melodioso corazón, sólo estaban dormidos.

/ El vals de las gaviotas enamoradas
surcó entonces el aire,
titilaron las velas en las arañas
y los sonidos se volvieron palabras,
las notas flotaron a través de la ventana
como plumas embrujadas /

Fue cuando las manos regresaron a rozar con su destreza de mujer-artista-enamorada a esas cuerdas que despertaron del letargo; los dedos acariciaron la sonrisa de dientes de marfil, estos besaron las caricias con formas de melodías y fueron concierto de piel y susurros a los oídos del aire.

/ El vals de las gaviotas enamoradas
danzaba sobre el tablero del piso del salón,
a su entorno las notas
formaban el coro
como plumas embrujadas /

Ellos sonreían en la Simplicidad que los cobijaba.

sábado, 31 de octubre de 2009

Daños colaterales

Las hojitas de afeitar caían como sables sobre los rostros; los brazos en cruz, inertes, indefensos, no alcanzaban a defenderse de ellas; los niños fanatizados azuzaban la batalla con sus alaridos y chillidos.

Cayeron destrozados, mezclados con la nube de tierra levantada por el viento aquel seco día de verano.

El recuento final fue: seis barriletes con daños irreversibles en sus rostros y tajos varios en sus brazos de caña; dos con la cola y el hilo cortado; sólo uno sobrevivió ileso a la batalla, escapando del lugar con la cola entre las cañas.

Plazos establecidos

Quizás mi vida hubiese sido diferente si no me hubiesen suicidado aquel agosto del 57. Precisamente en horas de una madrugada añejada de frío, alguien abrió sus puertas -luego entendí que fue mi madre- y tuve que salir sin contemplaciones de aquel espacio tibio y tiernamente sensorial.
Comprendí entonces que alguien forzó el comienzo de mi muerte.

domingo, 11 de octubre de 2009

Sólo una mala noche

No es una noche más; es una noche diferente, carente de sonidos,
de plumas rotas, de poeta complaciente; con cesto de hojas abolladas.

Se ha extinguido la vela, derritiéndose sobre la cabellera de la musa que inerte reposa sobre la alfombra China, al costado de un perro de yeso sin cabeza, ambos víctimas de un enojo inspirativo que hablaba de un adiós.

Te lo advertí muchas veces; nunca intentes abandonarme en una noche de lluvia y borrachera.

Sin puntos intermedios

No sé bailar, tampoco me gusta hacer el ridículo (así me siento aunque nadie me preste atención); a vos no te gusta sentarte a una mesa de bar a tomar un café, no le encuentras sentido.

¿Habrá un punto intermedio entre nosotros?

Ufa, justamente ahora que llueve te cruzas en mi recuerdos (J)

sábado, 3 de octubre de 2009

La vida como si nada

La quinta campanada ha sonado, arriba en la terraza la bóxer Luna le ladra a una gata porque le ocupa su espacio. Los ruidos de la calle pintan el paisaje de la vida que no se detiene por nada.
Caen las horas en golpes de sol sobre la vía alquitranada, donde los cordones atan sus costados para que no se desarme el paisaje caudaloso de los autos que siguen a otros autos, con broncas, con insultos, con roces de chapas abolladas como si sus vidas fuesen armas disparadas, aceleradas, para llegar primeros a ninguna parte.
Los árboles vivos-inmóviles soportan a los perros que orinan en ellos pero siguen de pie como si nada y la vida en el vecino de la otra cuadra, el viejito de 104 años que mira el contorneo de cintura de la niña a través de la ventana y trata de recordar cómo era excitarse sobre la arena de sus playas, otrora juventud de no hace muchos años y sin embargo han pasado tantos.
Soy uno más de los suicidas peatones cruzando la calzada, entre los vehículos violentos que tratan de aplastar mi estupidez humana mientras el semáforo hastiado de sus tres colores los combina en marron y violeta. Entonces el mundo pierde su rumbo, sus reglas, sus rutinas, su cultura de animal domesticado.
Llego como puedo a una isla entre dos calles opuestas , sobreviviendo mis pasos. En ella mientras espero que se acabe el capricho del semáforo, te recuerdo en otra isla más lejana, más viva que ésta. Allí me sorprenden las últimas siete campanadas. Apenas transcurrieron segundos y toda una vida, sin embargo nada ha cambiado.

martes, 29 de septiembre de 2009

De cuando me llevabas

Tal vez si fuera inteligente, te escribiría que estoy hecho de miedos, mejor dicho, que me volví miedos a partir que abandonaste los tuyos en mi pecho, pero apenas soy una sombra y una sombra no es dueña de su vida, simplemente sigue a la figura o se modifica si la luz que la proyecta se mueve o se agota.
Ya no me muevo acompañándote, te sigo de lejos buscando otra vez adosarme a tus formas, pero viajas más rápido que la luz y cuando creo estar al alcance de tu proyección te apagas y desapareces entre tanta luz que hoy te brilla y ya no me distingo como antes, cuando éramos cuerpo y sombra.

Y a pesar de todo me puedes
aun cuando te apagas y se desgarran mis formas
sobre ásperas paredes.
Es entonces que la razón puede al corazón.

Las sombras - que no tienen vida -
deben morir en cuanto acabe la luz.
Es entonces que el corazón puede a la razón
y se deforman sus formas.
Si fuera inteligente escribiría: Necesito mi luz.
Pero las sombras no escriben,
solamente se dejan llevar.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Este absurdo tiempo de pensar

He pensado en ti, de la manera más absurda. Sostenías con una mano una nube azul
mientras llovía y se desarmaba, con la otra intentabas recoger el agua caída
pero se escurría entre los dedos;
semejabas una fuente con forma de mujer, esbelta, de cintura finamente tallada,
parada sobre un pedestal de lirios y azucenas.

He pensado en mi, de la manera más absurda. Siendo la nube azul derramándose en gotas
desde ese cielo que no soportabas porque tus manos eran pequeñas,
tus dedos frágiles de cristal de estrella, no podían abarcar más de una nube
y llorabas conmigo por no poder contenerme, mezclándose las aguas dulces de tus ojos
y la sal de mis lluvias.

He pensado en nosotros y en nuestros ríos que desaguan en mares diferentes,
tú sigues siendo la fuente, fuerte y firme; sabes a donde van tus aguas que ya no son lágrimas,
son cauce de sueños que navegas; tienes un horizonte, un mar propio;
mis aguas corren por un río desbordado, informe sin un mar preciso donde desaguar.
Entonces pensé en esto de los ríos paralelos que en algún punto de sus recorridos pueden acercarse hasta tocarse pero que inexorablemente nunca se unirán,
ni siquiera hay un mismo mar al final del recorrido.

La palabra del boludo (Gian Franco Pagliaro)

Por mirar el otoño,perdió el tren del verano. Usaba el corazón en la corbata.Se subía a una nube cuando todos bajaban.Su madre le decía:-No mires las estrellas para abajo,no mires la lluvia desde arriba,no camines las calles con la cara,que ensucias la camisa;no lleves tu corazón bajo la lluvia, que se moja;no des la espalda al llanto,no vayas vestido de ventana,no compres ningún tílburi en desuso.Mira tu primo,el justo,que duerme por las noches.Mira tu tío,el recto,que almuerza y se sonríe.Mira tu primo,el probo,puso un banco en el cielo.Tu cuñado,el astuto,que ahora quiere la lluvia.Tu otro primo,el sagaz,que es gerente en la luna.

-Tienes razón,mamá,-dijo el boludo;y se bebió una rosa.-No seré más boludo-y se bajó del viento.-Seré astuto y zahorí-y dió vuelta una estrella para abajo,y se metió en el subte.

Y quedaron las gaviotas en el río.
Entonces vinieron los parientes ricos y le dijeron:-Eres pobre,pero ningún boludo.
Y el boludo fue ningún boludo.Y quemaba en las plazas las hojas que molestan en otoño.
Y llegó fin de mes.Cobró su primer sueldo y se compró cinco minutos de boludo.

Entonces llegaron las fuerzas vivas y le dijeron:-¡Has vuelto a ser boludo!¡Boludo!Seguirás siendo siempre el mismo boludo.Seguirás siendo el mismo boludo siempre.Seguirás siendo un boludo siempre.Debes dejar de ser boludo.¡Boludo!
Y medio boludo,con esos cinco minutos de boludo,dudaba entre ser ningún boludo ,o seguir siendo un boludo para siempre.
Y subió las escaleras para abajo,hizo un hoyo en la tierra,miraba las estrellas.
La gente le pisaba la cabeza,le gritaba:¡boludo!
Y él seguía mirando a través de los zapatos.
Entonces vino un alegre y le dijo:-¡Boludo alegre!

Vino un pobre y le dijo:-¡Pobre boludo!
Vino un triste y le dijo:-¡Triste boludo!
Vino un pastor protestante y le dijo:-¡Reverendo boludo!
Vino un cura católico y le dijo:-¡Sacrosanto boludo!
Vino un rabino judío y le dijo:-¡Judío boludo!
Vino su madre y le dijo:-¡Hijo,no seas boludo!

Vino una mujer de ojos azules y le dijo:-¡Te quiero!


http://www.youtube.com/watch?v=RpF6r78acSc

viernes, 25 de septiembre de 2009

Ingenua fábula con dos finales y sin moraleja

Justo antes de la medianoche, la ranita trepó la casa hasta la habitación de su amada y se adhirió al vidrio mojado de su ventana; ella lo observó y corrió la cortina justo a las doce campanadas. No se rompió el hechizo. Se dejó caer y se fue con la lluvia.

Justo antes de la medianoche, la ranita trepó la casa hasta la habitación de su amada y se adhirió al vidrio mojado de su ventana; ella lo observó y abrió los postigos; lo besó justo a las doce campanadas. Se rompió el hechizo. Desde entonces son dos ranas felices bajo las lluvias.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Traslúcida nostalgia

Cuando te imagino saliendo de la ducha, aspiro el aire para identificarte con los aromas que no conozco pero sé lo rico que huelen; lo recuerdo cuando te escabullías en mis brazos y te depositabas como un animalito desamparado para que te protegiese, pero en realidad era yo el débil que se guarecía en los tuyos, el que olvidaba el afuera del afuera y era entonces que olía tus cabellos, la piel de tu cuello que embriagaba. Luego terminábamos amándonos en cualquier lugar de tu cuarto, siempre el tuyo.
Recuerdo tus tímidas palabras que no sabían expresar lo que tu cuerpo sentía, y fui tu primera vez y fuiste el primer amor que me amó. Imborrables noches transcurridas entre lluvias y tormentas, y allá en tu isla vos eras la mía, donde el tiempo era fugaz a pesar de las tantas horas compartidas a diario. Te amé con total entrega y sé que también me amaste, eso me queda junto con este amor a la hora de despertar y ya no verte salir de la ducha con tus cabellos mojados y no identificar tus aromas aquellos que nunca conoceré pero que tanto amo.


Es tu perfil, insinuante
atravesando la mampara de la ducha
mientras te acaricias con el jabón,
único privilegiado del viaje por tu cuerpo
y sus relieves.
Te asemejas a una ninfa
tras el iris de un ola
en el contorno de un horizonte huidizo,
y es tu cintura grácil
que dibuja en armonía al agua que te recorre.
Te desaguas de mis nostalgias
por el escape de la memoria
que tampoco puede detenerte
más que el instante en que te roza
y te llevas con el agua, los efluvios de tus perfumes.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Diarios

Un diario, un desayuno, una rutina.
Ya no leo diarios, algunas veces desayuno y mi rutina…
El diario es un eterno viaje al pasado y al futuro, el presente no existe; deja de ser luego de escribir cada letra de cada palabra de cada renglón de cada columna de cada página de cada diario de vida.
Recuerdo hace 40 años leía los periódicos que mi padre compraba y ya todo era lo mismo que ahora, solamente que en esa época tomaba mi leche con cacao y soñaba con ser un buen hombre. Hoy no leo periódicos ni tomo leche con cacao ni sueño con ser un buen hombre, pero cada tanto me acuerdo de revisar mi memoria.

Tangibles distancias

Ella recostaba su cabeza sobre el regazo del hombre, se dejaba rozar, acariciar sus parpados cerrados, sentía la calma; él se volvió ternura entre sus cabellos, protegía, jugaba; los abrazos asfixiaban al miedo, se entregaban.

Fueron noches; de lluvias en la ventana, fiestas de risas, de poesías, de lágrimas, de un amor dibujado a la medida que necesitaban; de caricias interminables, sanguíneas, cálidas.

Ella despertó, su cabeza apoyaba sobre el teclado; en otro lugar del mundo él despertó, sus manos rozaban la pantalla.

sábado, 29 de agosto de 2009

¡Mentira!...mentira...

Abrir la mente desde el final
cuando duele, aun sabiendo que llegaría, tal lo previsto,
es entonces que las palabras dichas
pierden sus fuerzas naturales y se vuelven estériles
que la realidad de los insomnios cae sobre la cabeza
y el llanto de lo que llamamos alma
es irremediablemente incontrolable,
como un maremoto desbocado
la explosión de un geiser,
espontánea, que quema sin control
y se sigue sentado a pesar de todo sobre él
hasta que el cuerpo es una llaga.

Abrir la mente desde un final
para aceptar resignado que se está muriendo,
cuando los consejos suenan tan vacíos como ese vacío que queda
y se dirá, que el tiempo todo lo cura ¡Mentira!...mentira...
el tiempo es el cuchillo que rasga la carne, despacito, desde adentro
aunque pretendamos sonreirle a la vida que se nos canta de risa
por nuestra ingenuidad humana
de creer que el amor tiene plazos definidos de vencimiento;

- Se terminó, dar vuelta la hoja y a otra cosa ¡ja! ¡qué va!

Si fuese tan fácil abrir la mente para cerrar al corazón
sería tan fútil haber amado.

domingo, 16 de agosto de 2009

Más de siete vidas para morir

Envidio a mi gato colgado en el perchero; ayer le conté de mi último fracasado amor y me miró con sus fríos y transparentes ojos vidriados que me decían:

- Imbécil, te advertí que no te enamores de sueños y nunca me haces caso, embrómate ahora, carga con tu imbecilidad ya no voy a decir más nada.

Y tiene razón, pero el amor no se programa como un reloj despertador para que suene a determinada hora, él marca los tiempos y estos fueron en el preciso momento que debieron ser y terminaron de igual manera, pero no es la cuestión que quiero resaltar.
Regresando a mi gato, él, de alguna manera al acabarse su séptima vida cuando quedó colgado en el perchero hace un par de años, terminó con las posibilidades de enamorarse como muchas veces lo he visto y para peor volver a casa luego de días de pasión libre en los techos de las casas del barrio o de qué lugar quizás, al menos eso me contaba cuando se recuperaba de su desgaste de galán servidor de féminas gatunas. También me solía contar en nuestras largas charlas de sobremesa las veces que se había enamorado de verdad y lo mucho que le costó recuperarse, para eso debió perder varias vidas que más adelante les contaré como fue cada una de ellas.

Ahora que lo veo desde mi sillón confesor de tantas penas, noto otra vez su sonrisa inexpresiva y algo torcida con algo de lástima quizás y supongo que piensa que él al menos no volverá a pasar por esto jamás; en cambio yo, con mis años a cuestas seguramente deberé cerrar más heridas futuras y no sé ahora si es mejor eso o morir con un corazón sano que nunca haya vivido la aventura de enamorarse y yo me enamoré bien, no estoy arrepentido porque viví otro cacho de vida como se debe vivir.

Miré a mi gato, le guiñé un ojo - hasta casi sentí pena por su soledad- sacudí las pelusas de mi
tristeza y salí por más cerveza fría, la otra se mezcló con lágrimas de lluvias que caían de mis ojos y terminó sabiendo a sal.

/Serie El gato en el perchero/

miércoles, 5 de agosto de 2009

La mancha tamaño mosca

Susto mayor me llevé esta mañana al levantarme de una larga noche de pesadillas. Al mirarme al espejo, una mancha negra tamaño mosca embarazada estaba posada en mi mejilla izquierda. Paso mi mano suavemente para palpar el bulto pero para sorpresa en mi mejilla izquierda no sentía el promontorio que denote la presencia de esa rareza (la manchita tamaño mosca) pero lo curioso es que en el rostro del espejo continuaba y de vez en cuando se movía como acomodándose quien sabe porqué razón.

Largo tiempo estuve observando la situación tratando de resolver el misterio pero lamentablemente fui interrumpido por la enfermera que venía con la rara pastillita verde. Luego me olvidé de la manchita tamaño mosca en mi mejilla derecha.

martes, 4 de agosto de 2009

Bella imaginación

El niño introducía su dedo en su nariz cada vez más profundo; escarbaba tratando de encontrar algo. Cuando parecía que lo lograba se le escapaba, entonces regresaba por más y así durante mucho tiempo.

La maestra lo observaba incrédula y ansiosa a la vez por saber en qué terminaría todo ese acto de mal gusto, cuando una sonrisa casi imperceptible en el niño indicó que algo había encontrado, la maestra sostuvo la respiración y no pudo creer lo que veía.
En el extremo de la uña larga y sucia del niño, venía adherido un moco de gran tamaño, que al parecer llevaba tiempo asentado en el refugio natural.

El niño tomó el moco entre los dedos índice y pulgar, lo miró detenidamente y comenzó a darle forma de bolita luego de lo cual lo dejó en el pupitre.
Intentaba regresar por más materia prima, pero la señorita maestra le sostuvo la mano en el preciso instante que comenzaba su tarea. El niño asustado agachó la cabeza, se limpió el dedo debajo del asiento y se quedó quieto con ambas manos entres sus piernas.

La maestra miró al niño, luego a la bolita de moco, de nuevo al niño y preguntó;

- ¿Qué significa esto Ramón? ¿No te enseñamos que esas cosas no se hacen? Para eso son los pañuelos.

El niño levantó la cabeza y con suave voz dijo:

- Sí señorita, pero para mí no es una cochinada, es mi manera de volar a otros mundos y esa bolita que ve en el pupitre es el planeta Marte.

- Al menos en el aula no vuelvas a hacerlo ¿entendido? –replicó la maestra-

Luego regresó a su escritorio pensando sobre la maravillosa imaginación que tienen los niños y hasta se le escapó una sonrisa traviesa.

Pasado un tiempo observó a Daniel que se sentaba en uno de los últimos pupitres del salón, con sus manos metidas debajo de su delantal y con miradas huidizas y extraviadas; pero esta vez no se movió de su silla, no se animó a preguntar nada.

sábado, 1 de agosto de 2009

Amor acabado

Ya no te recuerdo sabes, me refiero como antes, cuando dolías como espina debajo de la uña; hoy vuelves cada vez que vacío mi billetera y te apareces en esa pequeña fotografía de carné que te tomaste, en el fotoshop del hipermercado camino a casa. Decía que te apareces y justamente detrás de un preservativo que de tanto esperar por una oportunidad se venció y quedó guardado quizás por pereza de tirarlo o como señal de la última vez que estuvimos juntos y que no pude usarlo.

Y no pude usarlo,no porque no hayamos tenido deseos aquella siesta de verano, sino porque en ese preciso instante se te ocurrió decirme que no me amabas, que estabas solamente por costumbre, que hasta te daba pena decírmelo total para vos era lo mismo quererme o no, de igual manera sólo querías estar conmigo, no tenías a donde ir.

Tuvo que ser precisamente en ese momento cuando mis deseos estaban más ardientes que la siesta, y sabiendo como era yo, seguramente no podrías quedarte más. Y así fue, te pedí que te fueras, sin importar si el asfalto estaba quemando lagartijas, adentro el frío congelaba las paredes y las cervezas sobre la mesa de luz transpiraban vidrios.

Hoy regresando a casa divagando sobre tu paso por mi vida, sentí el peso de mi billetera en el bolsillo trasero de mi pantalón, la tomé y la abrí buscando tu fotografía y vi al condón que de tanto pasearlo se asomaba por una esquina del ajado sobre; miré tu foto y mi cabeza explotó de recuerdos cuando hicimos el amor sobre el asiento trasero del automovil. La billetera regresó al bolsillo de mi pantalón y seguí caminando, era otra siesta calurosa como aquella.

Una suave brisa arrastraba por el asfalto caliente un preservativo anudado y una foto adentro, quizás resultado de un amor que acabó muriendo.

jueves, 30 de julio de 2009

Inolvidable noche

Hace dos semanas que te fuiste y me dejaste tirado en la cama abandonado como al gato en el perchero.

-Que me harías el amor como nunca antes nadie te lo hizo –remarcaste tu intención-

Abriste el maletín de cuero rojo que traías cada vez que llegabas a casa pero del que nunca supe su contenido; hasta entonces.
Sacabas raros aparatos y los tirabas sobre la cama, mientras yo te observaba recostado a medio vestir apoyado sobre el respaldo entramado de madera de caoba lustrada y dorado a la hoja –me gustan esas imbecilidades-.
Te detuviste en un par de esposas que brillaban a la luz de la lámpara en forma de hombre araña que colgaba del techo –otro gusto imbécil-.
Despacio, caminando como podías con tus tacos de aguja sobre la alfombra; te arrimaste seductora y dijiste con voz sensual:

- De esta noche no te olvidarás nunca…exprimiré tus jugos, despacito hasta que solamente quedes piel y hueso.

Finos hilos de baba comenzaron a escapar por el vértice de mis comisuras imaginando esos instantes preanunciados.

Con decisión extrema, tomaste uno a uno mis brazos, sujetando por cada muñeca con una esposa al respaldo entramado de madera de caoba lustrada y dorada a la hoja.
Sentí que la sangre se agolpaba con furia sobre el extremo más protuberante de mi libido: mi cabeza; que se confundía entre la realidad avasallante y febril con las escenas galopantes que sucederían en los próximos instantes.

Hace dos semanas que te fuiste; el mismo tiempo que no logro desprenderme de los aromas que emana mi cuerpo que se va degradando, deshidratando naturalmente, volviéndose piel y hueso atado aún con las esposas al respaldo entramado de madera de caoba lustrada y dorado a la hoja.

Nunca hubiese imaginado que tenías una hermana gemela y que ella era la que siempre llegaba a casa con ese maletín de cuero rojo y del que nunca supe su contenido; hasta entonces.

/Serie El gato en el perchero/

miércoles, 29 de julio de 2009

Un buen hombre

Apenas un metro y veinte del suelo y ya con panza; no vio aún su cuarto de vida y…

Sus pequeñas manos tenazas de miserias, recorrían la geografía de su nuevo mundo casi redondo, terso y apenas explorado.

- Es un buen hombre -decía mi padre- el será un buen partido.

No entendía mucho lo que quería decir pero sí, parecía un buen hombre. Se llegaba casi todos los días a casa; me traía pequeños regalos que aceptaba porque -no tienen nada de malo-, decía mi padre. Aún no entendía nada.

Llegó un día cuando estaba sola en la casa, lo dejé pasar –es un buen hombre decía mi padre-.

No entendía o trataba de entender el ardor entre mis piernas y esa cosa que hinchada dolía, partía, ardía…yo no entendía…

Y mi panza, quizás el hambre lo hinchaba, pero raro, siempre tuve hambre y nunca me sentí así, parezco embarazada…qué locura, solamente mi madre podía estarlo; recuerdo haberla visto antes de morir esa noche, decían que un niño la mató. No entendí nada.

Siguió viniendo cada tanto hasta que mi panza comenzó a llover llantos y a correr ríos de agua desbordada…y yo sin entender nada.

Desperté ya sin panza, quizás el hambre se calmó y se deshinchó o es que sólo estaba llena de agua, lo cierto que sobre la almohada manchada había un montón de billetes.
El señor nunca más regresó.

Después de todo mi padre tenía razón -era un buen hombre-.

domingo, 26 de julio de 2009

Hay días

Y hoy es uno de esos; donde me canso de ser humano, de ser correcto, de ser responsable, de ser educadamente pacífico. Estoy muy cansado de tanta miseria humana, de tanta falsedad, de tanta mentira.
Que mañana pase pronto.

Mala reputación


Frío y lluvioso día; en la penumbra de mi cerebro trataba de hablar con mi soledad pero la muy puta apenas me respondía, ella quería estar sola; decía que mi compañía destruía su esencia, bloqueaba su inspiración suicida. Le recomendé leer los poemas de un tal ciprés, que seguramente obtendría un resultado más inmediato que pretendiendo contener la respiración por largo tiempo; en algún momento el aire saldría disparado en forma de gases y eso sería insoportable; tanta podredumbre acumulada, vetusta y abyecta.

Mirándome de reojo, sonrió socarronamente como diciendo: ¡Que decís imbécil! ¡Ese tal ciprés no existe, es solamente una visión extemporánea y ordinaria de un poeta; que él se pudra en sus míseras soledades, yo quiero morir más dignamente!

Miré la lluvia que chorreaba cristales y escribí en la humedad condensada en su interior:

-Me cago en ese ciprés, no sirve ni para matar a mi soledad-

sábado, 25 de julio de 2009

El viejo edificio de la calle 22


Era mi última bocanada de vida que esa mañana aspiraba; ella había decidido marcharse temprano, apenas despuntaba el primer eructo del desayuno: café con leche y tostadas con mermelada de naranjas; su preferida.

Del perchero de la entrada a mi departamento, en el piso cuarto del viejo edificio de la calle 22, tomó su saco gris que colgaba al lado de mi gato que hace años permanece también colgado del collar azul y que con mirada vidriosa la observaba sin decir nada; sólo sonreía con una fría mueca de baba muerta.

Abrió con calma la puerta que da a la oscura boca del ascensor; del llavero en forma de corazón con las letras J y D grabadas, retiró la llave de acceso al viejo edificio, la dejó sobre el drossier, guardó el llavero en su cartera y volviendo la mirada cerró sus pasos en mi cara.

El gato seguía callado, pero esta vez sus fríos ojos orbitaron una sorpresa, una consternación acéfala coma grado cuatro.

- Otra loca que olvidó que en el viejo edificio de la calle 22, nunca se montó el ascensor de servicio.


/Serie El gato en el perchero/

Hablando con tu ausencia

Ayer te contaba en mis pensamientos, de mis regresos a casa, de esos quince minutos de angustioso divagar que invierto por el trazado de calles oscuras y silenciosas de las madrugadas de Córdoba, camino a parte de mi rutina también angustiosa y decadente, diferenciada de las otras solo por la presencia de mis hijas.
Digo angustiosos pensamientos, porque ellos rememoran a cada metro de camino recorrido, noche tras noche, esta insoportable levedad de ser, de estar sin estar, solo permanecer, tratando de no dejarme vencer por los inerte realidad que es mi vida. Y siento que la calesita da otra vuelta más, solo que cada vuelta es parte de una permanente rotación sobre el mismo eje, mirando los mismos paisajes, montando los mismos caballos, cansados y aburridos de permanecer fijos a un piso de madera.

Sabes, cuando dialogo con mi mente contándole estas cosas, imagino como se debe sentir encerrada en este complicado cuerpo, pobre de ella, pobre de mi espíritu que quiere volar, y que no encuentra su cielo, ni el viento necesario para despegar.

Otra madrugada, otros silencios de niñas dormidas, y tantas palabras que vuelvo e leer y releer, y sin embargo no las entiendo. Que mas da, será lo que deba ser, mañana, mejor dicho hoy, será un día distinto, al menos tratare de cambiar mi recorrido para volver a casa, quizás los pensamientos se renueven, eso dicen los que saben, hay que modificar recorridos, que la mente aprenda a modificar patrones. ¡Bah, que más da!. Espero que no se nuble el día, el vientito afuera no es buena señal para que podamos ver al señor sol.
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El mejor crítico

Saben, pero hace un par de años que tengo a mi gatito -ex vivo- colgado de un perchero a la entrada de mi casa, junto al viejo paraguas pingüino que no lo uso mucho ya que le falta la tela; decía, a este gatito se me ocurrió un día colocarle un bonito collarcito azul con una pequeña piedrita con su nombre grabado- el del gato, no de la piedra- pero no sabía que a los gatos no se le ponen collares por la razón expuesta, juegan sobre los percheros y corren el riesgo de quedar colgados; y bueno desde entonces me acompaña y es el mejor crítico de mi poesía, por supuesto nunca las comenta; aún no sabe leer ni escribir.

/Serie El gato en el perchero/

Inocencia asesina


El sol calcinaba la siesta santiagueña (Argentina); nadie sabe exactamente porqué un santiagueño duerme siempre siesta; la ignorancia mueve las lenguas de los que hablan por hablar.
Tomé mi gomera (así se llama en Santa Fe a la honda ciudadana), salí por enésima vez del inmenso patio de tierra de la casa de mis abuelos, rumbo al montecito cercano (en realidad en ese pueblito santiagueño casi todo era monte) dispuesto a seguir aumentando mi autoestima de niño con mucha puntería para matar pajaritos. De pronto se presentó la primera posible víctima, un chingolo; pajarito parecido a un gorrión con un canto muy armonioso y dulce, que saltaba (se mueve dando saltitos) de rama en rama sobre un espinillo, árbol muy común en la geografía santiagueña.
Preparé mi gomera, la “cargué” con mis bolitas de barro, (estas se hacían con tierra colorada y agua, se amasaba, se formaban tiritas, se las cortaba del tamaño deseado y poniendo un trozo entre ambas palmas de las manos, se les daba forma de esferas en movimientos circulares y se las deja secando al sol) de las cuales contaba con una gran provisión en mis reventados bolsillos. Sigilosamente esperé que el pajarito se colocara en una posición óptima para un certero disparo y cuando eso sucedió procedí a la ejecución con el resultado que esperaba. El certero impacto derribó al pajarito, que cayendo por entre las ramas del árbol, terminó en aleteos sobre el seco pasto del monte.

Acá cambió la historia; acá ocurrió un clic interior que modificó mi conducta de “niño asesino de pájaros”.
Al ver el esfuerzo que hacía el ave por levantarse, una gran pena interior se apoderó de mi, un terrible sentimiento de culpas (tenía apenas once años, de aquella época, año `68, diferentes a los once años de los niños de ahora), tomé el pajarito entre mis manos, intenté de todas maneras que no se muriera; pidiéndole que no lo haga, dándole la ternura en caricias sobre sus plumas, aplicando la inocente creencia que si le soplábamos “el culito” a un pajarito este no se moría.Nada funcionó; el chingolo se murió.

Lo tomé suavemente, caminé casi con lágrimas hasta un espacio abierto cerca de otros árboles, cavé un pequeño pozo en la tierra y lo sepulté junto con mi inocencia asesina.

A partir de ese día, nunca más maté pajaritos y la gomera solo sirvió para competencias con mi hermano mayor, de tumbar latas con bolillas de paraíso en el patio de tierra de casa.

Sueño de trenes ( I )


De niño tuve la suerte de vivir en estaciones de trenes; mi padre fue jefe de estación en varios pueblos de la provincia de Santa Fe (Argentina).
Mis juegos, mis aventuras, mis sueños, tenían forma de vagones, de rieles, de locomotoras a leña o a vapor como quieran llamarlas (la leña era quemada en la caldera de la locomotora y eso hacia que se produzca vapor en tuberías interiores, hechos que por su presión permitían el desplazamiento de la máquina).

Solía escaparme en las siestas de los ojos de mi padre y caminar por las vías indefinidamente hasta que el silencio de tantos campos y el miedo a los duendes que rondaban las tardes me hacían volver.
Tenía dos placeres en esas travesías: uno; mantenerme firme en esos escasos centímetros de ancho del riel y sin caerme por el mayor tiempo posible; el otro era contar todos los durmientes hasta llegar a la señal de entrada del pueblo y limpiar las piedras que estaban sobre ellos; hecho que me solía llevar bastante tiempo hacerlo.
Solía subirme por las escaleras de hierro hasta la punta de la torre de la señal ferroviaria que para mi altura de niño era infinita, y espiar los nidos de cotorras que allí anidaban (siempre que mi papá no los hubiese desarmado; decía que era peligroso para el funcionamiento del mecanismo de la señal).

Este mecanismo era un sistema de poleas puestos en la torre y debajo, al costado de la vía. por donde corría un cable de acero trenzado similar a los cables de frenos de bicicletas pero mucho más gruesos. Este cable en el otro extremo, estaba fijo a unas palancas de acero que se disponían en el andén de la estación en un total de 6: 2 para las señales; izquierda y derecha; 2 para desviar los trenes desde la vía primera a la segunda y viceversa y 2 para desviarlos desde la segunda a la tercera y viceversa. Estas palancas funcionaban de modo también similar a las palancas de frenos de las bicicletas y su función era bajar o subir una señal (como un aspa de chapa) que estaba en las torres antes mencionadas. Estas señales eran indicadores para los maquinistas de los trenes de cual era la situación de tránsito de las vías; si estaba baja habilitaba el paso del tren y por el contrario, si estaba hacia arriba se debía detener el tren y esperar su habilitación desde la estación.

Pude ver pasar tantos kilómetros de trenes y miles de rostros asomados a sus ventanillas, cada uno quizás con tantos sueños como los míos, quizás muchos pudieron concretarlos yo sigo aún esperando trenes, aunque el progreso destructor los haya detenido.

(Continuará)

No me contradigas


Nada es más preciso y más exacto que ser uno mismo; los errores se suceden continuamente y eso da la posibilidad de modificar conductas, acciones, para que no se repitan; si eso no sucede, si se vuelven recurrentes, solo cambia de vereda, en la otra podrá haber una piedra pero será diferente y además irás alerta sabiendo que puedes volver a tropezar.

Nada tampoco es eterno, sólo existe la posibilidad de un esfuerzo mayor para que algo dure un poco más; a veces ese instante sirve de reflexión para poder seguir o abandonar y continuar otra búsqueda.

Nada debe detenerte, aunque a veces la negación sea muy fuerte y te paralice, y no te deje reacción, y la apatía impida romper tu inercia.

Haz lo que yo digo siempre que te sirva y nada de lo que yo hice, porque eso ya es fracaso seguro.

Urgencias apuradas


Acostumbrado a no tener tiempos, a desmerecer la vida entre relojes, calles atascadas, gente apurada, hasta yo mismo que me veo corriendo como si la urgencia fuese tan necesaria. Creo que se ha vuelto rutina esto de andar apurado, y el día que no la tenga, como cada monótono fin de semana, me encuentro perdido, desorientado, casi como autómata recorriendo el día sin saber a donde ir. Para colmo hoy la lluvia, inconstante lluvia, que lucha en guerra sin cuartel con el sol por preponderar en su tiempo de permanencia y que aseguro es sin treguas.

He leído con angustia la urgencia de la gente por matarse, en nuestras rutas, en una total contradicción, viajan apurados para poder disfrutar más su tiempo disponible y solo apuran su tiempo de partida definitiva.

¿Y los días que quedaron sin vivir, y los amores que quedaron sin amores?

Dos realidades parecidas; apurarse para no llegar jamás, estancarse sin encontrar un camino para seguir, dos opciones, un mismo final; la nada.

Otra estupidez humana



Las noticias pintaban un ridículo estado de desesperación al temor a la despersonalización de algunos habitantes españoles; en cuanto a su fe y no fe religiosa. Unos por un lado publican una propaganda colectiva (pegada en colectivos) sobre la dudosa existencia de un dios y por lo tanto que la vida hay que vivirla y ya; por el otro la iglesia o quienes la representan en una contraofensiva de fe (ellos dicen que no lo es) también decidieron su propia campaña de apoyo a su dios profesando que la única manera de vivir es a la manera de él.

Hace un tiempo vengo presenciando situaciones parecidas a estas intolerantes campañas; donde ser o no creyente parece marcar un límite finito que determina la vida en el mundo, algo tan absurdo que raya en la estupidez humana.
Creyentes versus no creyentes, la vieja historia del mundo y por la que murió demasiada gente, incoherentemente si la consideración es que todos somos hijos de un dios único.
De buena fe tengo que aclarar que soy un no creyente practicante y totalmente en paz conmigo mismo. Las razones quizás a nadie le importe pero voy a hacer un pequeño resumen.
Los que pretendieron “enseñarme” (¿enseñarme?) a tener fe eran más hipócritas que un político de turno; los libros de fe me hablaban de represiones por no creer en él; las comadronas en las iglesias, las que se acostaban con el cura luego de misa, me pegaban coscorrones porque durante la misma solía divertirme mirando al monaguillo de turno sacándose los mocos con los dedos; la hipocresía de los que expiaban sus culpas con una miserable moneda a la madre adolescente que cargaba su niño en brazos en la puerta de la iglesia, por supuesto sin zapatillas y que luego de golpearse el pecho en mea culpa, salían despavoridos de la iglesia rumbo a sus nuevos pecados, total la próxima confesión limpiaría su conciencia para la reincidencia habitual y por supuesto; la indiferencia de mi padre que a golpes de alcohol desahogaba sus pecados con su esposa, mi madre.
Si hasta ese dios que dicen que existe consideró que nos hizo imperfectos por eso nos dio el derecho al libre albedrío y con esa enmienda espiaba sus culpas por su falibilidad; después de todo no era perfecto, si nos hizo a imagen y semejanza de él.

Nadie tiene la razón absoluta en este mundo, nadie tiene derechos a escudarse detrás de su verdad o su mentira y desprestigiar con agravios al otro; cada uno tiene derecho a ser quien quiere ser y a vivir como se la cante, mientras su vivir no moleste la salud ni la decencia de nadie.

El final de la agonía




En la grietas de la razón, la inconsciencia graba desde las retinas que sangran; la barbarie de los años. Nada detiene el resplandor de las bombas sobre las angustias de los corazones, que atestiguan con su impotencia la terrible película que se desarrolla sobre este mundo maltratado y malherido, que sigue incubando los embriones podridos, nefastos, de la violencia humana y sus intereses mezquinos.
Cuando la barbarie sea la única razón de subsistir, sobre las conciencias quedará sellada la hora, que marcara el final de la agonía.

Curiosamente esta prosa fue reconocida en el mes de febrero del 2009 con el primer premio del primer concurso de prosas de Mundo Prosa; pura casualidad.