Ella incinera su cuerpo
al sol mientras disimula un libro de Sartre, a modo de almohada, bajo sus cabellos rubios. Sus talones reposan
hundidos en la arena caliente. Espera, no desespera, no aduce angustia verbal ni incontinencia de pasos inquietos. Ella yace sobre
su estera de juncos.
Tantos días de sol en la solitaria playa, han pintado su vanidad, tanto que la negrura de su piel se ha vuelto morada con su muerte.
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