Justo antes de la medianoche, la ranita trepó la casa hasta la habitación de su amada y se adhirió al vidrio mojado de su ventana; ella lo observó y corrió la cortina justo a las doce campanadas. No se rompió el hechizo. Se dejó caer y se fue con la lluvia.
Justo antes de la medianoche, la ranita trepó la casa hasta la habitación de su amada y se adhirió al vidrio mojado de su ventana; ella lo observó y abrió los postigos; lo besó justo a las doce campanadas. Se rompió el hechizo. Desde entonces son dos ranas felices bajo las lluvias.
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por que no una princesa? le tengo miedo a los sapos-no besaria un sapo¡- la moraleja? el amor es ciego.
ResponderEliminarLos sapos también nos tienen miedo. Ésta es una ranita macho; la amada nunca sería una princesa, porque las princesas no se enamoran de ranitas.
ResponderEliminarGracias por la moraleja, es válida. Un beso.
No te quedes contemplando el fin, lucha por un nuevo comienzo!
ResponderEliminarNo se puede recomenzar una vieja historia, habrá que inventarse otra.
ResponderEliminarUn besito mi querida Chiqui.
En ese caso cambiemos de piel, escribamos la historia en la eternidad del camino.
ResponderEliminarNo debe ser tan malo atreverse a soñar de nuevo...
Besos y mil abrazos,
Chiqui.-
No es malo soñar, malo es despertar y ver que el sueño se esfumó; además siempre mis sueños fueron utópicos.
ResponderEliminarBesos querida amiga.
Daniel